Para mi niño:
Sé que tal vez esta
noche no llegue de buen humor a casa; ni siquiera te pregunte por tu día en la
escuela, tampoco quise jugar contigo. Llegue estresado del trabajo y al
sentirte ignorado dejaste la mesa frustrado y llorando, hasta quedarte dormido
frente al televisor y tuve que llevarte a tu cama. Y en ese momento, un
pensamiento me partió el corazón.
Cometí el error que
todos los padres cometen, y es olvidar que también fuimos niños. Y olvidamos lo
hermoso que es levantarse con un beso en la frente, lo delicioso de comer
cereal y tomar chocolate por las mañanas mientras cantamos emocionados y vemos
las caricaturas por la mañana; de correr por el campo, volando una cometa; de
comer dulces y esconderlos cual conejo de pascua y al igual que él, ir saltando de aquí a allá; de sentir esa
emoción de jugar como si estuviera en la feria con las luces y las atracciones
y sin acabarnos aquel algodón de azúcar y
maravillarnos cada día, con esos discretos regalos que nos da la vida:
las nubes con formas de animales, el aleteo de las mariposas, disfrutar las
luciérnagas de la noche con forma de estrellas.
Por eso hijo mío, te
escribo esta carta entre lágrimas y recuerdos. Temo que aquel niño que fui se
haya ido o este perdido en lo profundo de la nada. Tal vez, si ese niño me
viera ahora, me gritaría enfadado que está pasando conmigo, en que momento cambie,
porque me tome tan en serio volverme adulto. Y tendría razón.
Por eso escribo esta
carta hijo mío, para no tener que entregártela. Porque amo tu niñez, porque
mereces crecer bien y no tienes por qué sufrir lo que yo en mi niñez. Así que dejare esta carta muy
a la mano donde yo pueda releerla. Te lo prometemos yo y mi niño interior